Los archivos de Michael Foucault

A finales del pasado abril, Pierre Assouline nos informaba en su blog sobre los avatares de la herencia textual de Michael Foucault:

Tal vez no sea el primer asunto que tenga que abordar que el nuevo Ministro de Cultura, no exageremos;  pero será el segundo, probablemente. De lo contrario, el caso se eternizará en los arcanos de las distintas administraciones, que se irán pasando  la pelota, y podremos decir adiós a los archivos del filósofo Michel Foucault. Y es que no debemos hacernos ilusiones sobre el efecto de una orden del Journal officiel que recientemente clasificaba como «Tesoro Nacional»  los 37.000 folletos, manuscritos y textos mecanografiados que abarcan un período de cuarenta años: si en 30 meses no se alcanza un acuerdo  entre el vendedor y el Estado, las bibliotecas estatales de distintas universidades de Estados Unidos (Berkeley, Chicago, Yale), orgullosas de su «Centre Michel Foucault», que hizo tanto para el desarrollo de su trabajo, van a competir por el privilegio de su adquisición. ¿Mensaje recibido, señor ministro? (O señora -que es lo que, añadimos,  finalmente ha sido: Aurélie Filippetti).

Este escenario-catástrofe dice menos de la ciencia ficción que de la clasificación de los Archivos Foucault, la cual se hizo de forma proactiva para, inicialmente, impedir que salieran del país en silencio. El sociólogo Daniel Defert, que compartió la vida del filósofo y heredó sus bienes, ha decidido, a los 75 años y después de una operación de corazón, separarse del legado, por lo que solicitó un permiso de exportación que encendió la pólvora: «La familia de Michel Foucault y yo esperamos que estos archivos se queden en Francia, considerando que la publicación de sus cursos no está completa. Pero si no es posible, no tengo ninguna reticencia a priori contra los Estados Unidos, que tanto hicieron por él», dice. Pero, ¿qué daría al traste con el acuerdo? Dos cosas que harían una: una suma que coincida con el precio de mercado (nadie quiere correr el riesgo de aventurar una cantidad, pero para ser más precisos, digamos que es mucho, es decir, mucho más que la adquisición de los manuscritos de las Memorias de Casanova o los archivos de Guy Debord ) y una vieja rivalidad entre dos instituciones culturales cada una de las cuales tienen sus razones  … y el mismo ministerio (que no es de deportes y artes marciales). A mi derecha (por así decirlo, nunca se es demasiado cuidadoso), la BNF (Bibliothèque nationale de France). Se argumenta con razón que no se pretende dejar de lado el siglo XX, como demuestra la adquisición de los fondos de Guy Debord, que ya tiene dos manuscritos de Michel Foucault (dos versiones de la Historia de la sexualidad y una primera versión de La arqueología del saber), recibidos en dación cuando Defert tuvo que abonar un importante impuesto de sucesiones, y que, como recuerda Bruno Racine, presidente de la BnF, «si hay un autor que tuviera  un espacio en nuestra casa ese era Michel Foucault: tenía su lugar asignado en la sala Labrouste, pasaba los días tomando notas, esas que son una parte del fondo, de modo que hay un vínculo casi orgánico que entre él y la Biblioteca, de la que incluso soñaba con ser administrateur général! «.

A mi izquierda (por decirlo así, pues la cosa es incierta), el IMEC (Institut mémoires de l’édition contemporaine). Nathalie Léger, la directora adjunta,  argumenta con razón que su fondo de Foucault (textos mecanografiados con anotaciones, libros, una importante fonoteca), es «el único centro de investigación en el mundo dedicado a esta obra: desde 1997  atrae a muchos investigadores de todas partes, además de haber organizado numerosas exposiciones, publicaciones, conferencias».

Esto en cuanto a las fuerzas. A pesar de los medios, el prestigio y la antigüedad de la primera son más importantes que los del segundo, aunque no está claro cuál es el outsider y cuál el challenger. El hecho es que en la actualidad  los dos están negociando con el abogado y experto en manuscritos,  delegados por Defert para que lo representen. «Ambos son legítimos, hay que dejar hacer a las reglas de la concurrencia» , dijo. El 11 de junio, el tradicional «dîner des mécènes»  se llevará a cabo en el prestigioso salón de los Globes de la BnF. Liderados por el banquero Jean-Claude Meyer, se apelará a la generosidad de varias fundaciones (Louis Roederer, Pierre Bergé, Total, Lagardere, L’Oreal, Getty, Louis Vuitton y otros foucaultianos de choque) para adquirir los fondos de Foucault. No hay desayuno ni nada parecido previsto por el momento en el IMEC, que tratará de recaudar fondos entre los mecenas cercanos a su consejo de administración. Pero de una manera u otra, todo el mundo está ocupado entre bambalinas tratando de ganar. Se dice incluso que una y otra parte estás dispuestas a cooperar (exposición, digitalización, etc), sin olvidar el resentimiento acumulado entre las dos instituciones desde hace años, recientemente revivido con el traslado de los papeles de Roland Barthes a la BNF, después de haber sido debidamente «trabajados» en el IMEC, lo que dejó un sabor amargo en la Abbaye d’Ardenne. Ambos coinciden en que lo más importante es que los archivos de Foucault no salgan de la Francia, que no se dispersen y permanezcan a disposición de los investigadores. Aquí o allá. Aunque todo el mundo está convencido de que sería mejor aquí que  allá.

En este sentido, acaba de aparecer un ensayo muy original titulado Une parole inquiète (Ellug – Ediciones de la Universidad Stendhal de Grenoble). William Bellon, investigador en el ITEM, propone la unión entre Barthes y Foucault, estudiando sus cursos en el Collège de France con un enfoque genético, el del laboratorio del trabajo en curso. Para mostrar mejor la fragilidad del discurso docente, pasa a través del tamiz todos los documentos relacionados con esta palabra, tales como notas manuscritas o grabaciones sonoras:  y entonces se pregunta sobre la responsabilidad ética por la cual se decide la publicación (en edición impresa, comunicación en una biblioteca) de lo que fue diseñado como un archivo privado: Leçons sur la volonté de savoir,  le Pouvoir psychiatrique, Le Courage de la vérité, etc. (Foucault) y Le Neutre, La Préparation du roman (Barthes). De Michelet a Lacan, el problema se ha planteado a menudo, pero se vuelve particularmente grave en el caso de estos dos intelectuales. Su palabra magistral, con todo lo que puede haber de intimidador en la altura de esta prestigiosa tribuna, no es sólo  algo que «inquieta», como se indica en en ensayo, sino algo que obliga, pues se trata de tener un discurso en un templo del conocimiento, cuyo lema es Docet omnia (enseñarlo todo). Lean o hablen Foucault y Barthes, con o sin notas, ellos nos hacen entrar en su laboratorio, en su fábrica, en su taller de pensamiento, donde el curso oral diáloga con el trabajo por escrito, antes de dar un texto que finalmente adquirirá la condición de un libro.

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