Robert Darnton: poesía y política

El pasado marzo mencionábamos la aparición de un nuevo volumen de Robert Darnton: Poetry and the Police Communication Networks in Eighteenth-Century Paris (Harvard University Press), que incluye además un conjunto de canciones con los poemas corrosivos que trata.

Antonio Saborit traduce ahora para la revista mexicana Nexos parte de ese volumen, un precioso artículo que recomiendo:

En la primavera de 1749 el lugarteniente general de la policía en París recibió la orden de arrestar al autor de una oda que comenzaba “Monstre dont la noire furie” (“Monstruo cuya negra furia”). Ésta era la única pista del policía, aparte de que la oda llevaba el título “El destierro de M. de Maurepas”. El 24 de abril, Luis XV destituyó y desterró al conde de Maurepas, quien dominó el gobierno como ministro de la Marina y de la Casa del Rey. Era evidente que alguno de los aliados de Maurepas había ventilado su ira en un poema que atacaba al propio rey, pues el “monstruo” se refería a Luis XV. De ahí que se movilizara la policía. Calumniar al rey en un poema que circulaba descaradamente era un asunto de Estado, un tema de lesa majestad.

Se dio aviso a las legiones de espías al servicio de la policía y a finales de junio uno de ellos dio con un rastro. Informó de su hallazgo en un pedazo de papel: dos frases, sin firma y sin fecha:

«Monseigneur, Sé de alguien que guardaba en el escritorio de su casa hace unos días los versos abominables contra el rey que le gustaban mucho. Le indicaré quién es si usted así lo desea».

Tras recibir 12 luises de oro (casi el salario anual de un trabajador no calificado), el espía apareció con una copia de la oda y el nombre de la persona que lo suministró: François Bonis, estudiante de medicina, quien residía en el Collège Louis-le-Grand, en donde supervisaba la educación de dos jóvenes caballeros de provincia. La noticia escaló velozmente la línea de mando: del espía, que permaneció en el anonimato, a Joseph d’Hémery, inspector del comercio del libro, a Nicolas René Berryer, lugarteniente general de la policía, a Marc Pierre de Voyer de Paulmy, conde d’Argenson, ministro de Guerra y del Departamento de París y el personaje más poderoso en el nuevo gobierno. D’Argenson reaccionó en el acto, no había tiempo que perder: Berryer debía arrestar lo más pronto posible a Bonis, más adelante se conseguiría una lettre de cachet;1 y la operación debía realizarse en el mayor secreto para que la policía pudiera dar con los cómplices.

El inspector d’Hémery ejecutó sus órdenes con admirable profesionalismo, como él mismo lo señaló en un informe dirigido a Berryer. Tras colocar a sus agentes en lugares estratégicos y dejar un carruaje a la vuelta de la esquina, d’Hémery abordó a su hombre en la rue du Foin. El mariscal de Noailles lo quería ver, le dijo a Bonis, sobre un asunto de honor, en el cual estaba involucrado un capitán de caballería. Como el propio Bonis se sabía inocente de cualquier cosa que pudiera suscitar un duelo (Noailles resolvía tales asuntos), de buena gana siguió a d’Hémery hasta el carruaje para luego desaparecer en la Bastilla.

La transcripción del interrogatorio de Bonis siguió el formato de costumbre: preguntas y respuestas consignadas bajo la forma de un cuasidiálogo, cuya exactitud autentificaron Bonis y su interrogador, el inspector de la policía Agnan Philippe Miché de Rochebrune, estampando sus iniciales en cada página.

Interrogado en cuanto a si no es verdad que él compuso los versos en contra del rey y que los leyó a diversas personas.

Dijo que él no es ningún poeta y que él nunca compuso unos versos en contra de quien fuera, pero que hace unas tres semanas, estando en el Hôtel Dieu [hospital], donde alrededor de las cuatro de la tarde visitó al señor abate Gisson, director del Hôtel Dieu, vio llegar a un sacerdote más alto que el promedio de las personas, de unos treinta y cinco años en apariencia, el cual también iba a visitar al dicho abate Gisson; que la conversación giró en torno al contenido de las gacetas y este sacerdote, al decir que alguien había tenido la malicia de componer unos versos satíricos en contra del rey, sacó un poema contra Su Majestad, del cual el declarante realizó una copia en la habitación del mencionado señor Gisson, pero sin apuntar todos los versos del dicho poema, de los que se saltó una buena parte.

En síntesis, una reunión sospechosa: estudiantes y sacerdotes que discuten temas de actualidad y circulan ataques satíricos al rey. El interrogatorio siguió así:

«Interrogado sobre el uso que les dio a los mencionados versos, dijo que los leyó en un salón del dicho Collège de Louis-le-Grand en presencia de algunas personas y que luego los quemó.

Al hacerle presente que él no decía la verdad y que no había copiado con tanta avidez los referidos versos para quemarlos enseguida, dijo haber juzgado que los referidos versos los habían escrito los jansenistas y que, al tenerlos ante sus ojos, quiso saber de qué eran capaces los jansenistas y cómo piensan, e incluso cuál es su estilo».

El inspector Rochebrune hizo caso omiso de esta endeble defensa con una disertación sobre la iniquidad de esparcir el “veneno”. Al haber conseguido una copia del poema de uno de los conocidos de Bonis, la policía supo que no lo había quemado. Pero la policía había prometido proteger la identidad de su informante y no tenía un particular interés en lo que sucedió con el poema luego de que llegara a las manos de Bonis. La misión de la policía era remontar el trayecto de difusión del poema con el fin de llegar hasta su fuente. Bonis no pudo identificar al sacerdote que le había facilitado su copia. Por lo tanto, instigado por la policía, Bonis le escribió una carta a su amigo en el Hôtel Dieu preguntándole nombre y dirección del sacerdote para así poder devolverle un libro que le había prestado. Más tardó en llegar la información que el sacerdote Jean Edouard, de la parroquia de St. Nicolas des Champs, en entrar a la Bastilla.

Durante su interrogatorio, Edouard dijo que el poema lo había obtenido de otro sacerdote, Inguimbert de Montagne, a quien se arrestó y dijo que lo obtuvo de un tercer sacerdote, Alexis Dujast, a quien se arrestó y dijo que lo obtuvo de un estudiante de derecho, Jacques Marie Hallaire, a quien se arrestó y dijo que lo obtuvo de un escribiente de una notaría, Denis Louis Jouret, a quien se arrestó y dijo que lo obtuvo de un estudiante de filosofía, Lucien François Du Chaufour, a quien se arrestó y dijo que lo obtuvo de un condiscípulo de nombre Varmont, a quien le avisaron a tiempo para esconderse aunque más adelante se entregó y dijo que el poema lo había obtenido de otro estudiante, Maubert de Freneuse, a quien nunca se encontró.

Cada arresto generó su propio expediente, lleno de información sobre la forma en la que el comentario político —en este caso un poema satírico acompañado de amplias discusiones y materiales de lectura colaterales— fluía por los circuitos de comunicación. A primera vista, la transmisión parece lineal y el entorno harto homogéneo. El poema pasó a lo largo de una línea de estudiantes, empleados y sacerdotes, casi todos amigos y todos ellos jóvenes, entre los dieciséis (Maubert de Freneuse) y los treinta y uno (Bonis). El propio poema despedía una fragancia peculiar, al menos para d’Argenson, quien lo devolvió a Berryer con una nota en la que lo describía como una “pieza infame que me parece, lo mismo que a usted, desprender el aroma de la pedantería y el Barrio Latino”.

Sólo que conforme se ampliaba la investigación el panorama se volvió más complicado. “Monstre dont la noire furie” se cruzó en el camino de otros cinco poemas, todos ellos sediciosos (por lo menos a los ojos de la policía) y cada cual con su propio patrón de difusión. Estaban transcritos en pedazos de papel, se intercambiaban por otros papeles semejantes, se dictaban a más copistas, se memorizaban, declamaban, imprimían en folletos clandestinos, en algunos casos se les adaptaba a melodías populares y se cantaban.

Además del grupo inicial de sospechosos remitidos a la Bastilla, se encarceló a otros siete; y éstos implicaron a cinco más, que escaparon. Al final, la policía encerró en la Bastilla a catorce proveedores de poesía —de ahí el nombre de la operación en los expedientes, “L’Affaire des Quatorze” (El Caso de los Catorce)—, pero nunca dio con el autor del poema original, “Monstre dont la noire furie”. De hecho, acaso no tuvo un autor, pues la gente añadía y quitaba estrofas y modificaba el fraseo a su gusto. Fue un caso de creación colectiva; y el primer poema se traslapó y cruzó con tantos poemas más que, tomados en conjunto, crearon un campo de impulsos poéticos, proyectándose de un punto de transmisión al otro y colmando la atmósfera con lo que la policía llamaba “mauvais propos” o “mauvais discours” [arenga aviesa], una rimada cacofonía de sedición.

La caja en los archivos —la cual contiene un revoltijo de interrogatorios, informes de espionaje y notas bajo la etiqueta “El Caso de los Catorce”— puede tomarse como una colección de pistas para un misterio al que llamaremos “opinión pública”. Es imposible dudar que semejante fenómeno existiera hace doscientos cincuenta años. Tras cobrar impulso por décadas, la opinión pública fue la que asestó el golpe decisivo cuando el Antiguo Régimen se derrumbó en 1788. Pero ¿qué era exactamente y cómo afectó los acontecimientos? Aunque contamos con varios estudios sobre el concepto de opinión pública como tema en el pensamiento filosófico, tenemos poca información sobre la forma en la que operaba realmente.

¿Cómo la tendríamos que concebir? ¿Como una serie de protestas que como olas azotaron la estructura de poder crisis tras crisis, desde las guerras de religión del siglo XVI hasta los conflictos parlamentarios de la década de los setecientos ochenta? ¿O como un clima de opinión, el cual iba y venía dependiendo de los caprichos de los determinantes sociales y políticos? ¿Como un discurso o como un montón de discursos encontrados, desarrollados por diferentes grupos sociales desde distintas bases institucionales? ¿O como un conjunto de actitudes, sepultadas bajo la superficie de los acontecimientos aunque potencialmente accesibles para los historiadores por medio de investigación estadística? Se puede definir a la opinión pública de muchas maneras y someterla a examen desde muchos puntos de vista, pero apenas se pretende fijarla, se vuelve borrosa y desaparece, como el gato de Cheshire.

En lugar de tratar de encerrarla en una definición, me gustaría ir detrás de ella por las calles de París —o mejor, pues la cosa misma elude nuestro alcance, seguirle la pista a un mensaje a lo largo de los medios de comunicación de la época.

(…)

Aunque el texto de “El destierro de M. de Maurepas” ha desaparecido, su primer verso —“Monstre dont la noire furie”— aparece en los informes de la policía; y los informes sugieren que se trataba de un ataque feroz contra el rey y probablemente también contra Pompadour. Era de esperarse que el nuevo ministerio, dominado por el conde d’Argenson, un aliado de la Pompadour, fuera capaz de dar con tal lesa majestad. Berryer, el lugarteniente general de la policía, que era asimismo protégé de la Pompadour, estaría entendiblemente ansioso por cumplir el mandato de d’Argenson, ahora que d’Argenson había sustituido a Maurepas como titular del Departamento de París. Pero había más provocación y reacción que la que se alcanzaba a ver. Para los de dentro de Versalles el vilipendio continuo del rey y de la Pompadour representaba una campaña de los simpatizantes de Maurepas en la corte por limpiar su nombre y tal vez hasta porque volviera al poder, pues la persistente producción de canciones y poemas tras su caída se podía tomar como una prueba de que él no era de ninguna manera el responsable de ellos. Desde luego que la facción de d’Argenson podía aducir que la furia de los poetastros era un complot de la facción de Maurepas. Y al tomar medidas enérgicas por erradicar los poemas, d’Argenson pudo demostrar su eficacia en una zona sensible en la que tan conspicuamente había fracasado Maurepas. Al exhortar a la policía a continuar la investigación “tan alto como llegue”, d’Argenson podría achacar el delito a sus enemigos políticos. D’Argenson, ciertamente, consolidaría su posición en la corte durante un periodo en el que se redistribuían los ministerios y en el que el poder de pronto parecía fluido. Según su hermano, d’Argenson llegó incluso a abrigar la esperanza de que le nombraran principal ministre, un cargo que se dejó de utilizar tras la desgracia del duque de Bourbon en 1726. Al confiscar textos, capturar sospechosos y cultivar el interés del rey en todo este asunto, d’Argenson seguía una estrategia coherente y triunfó en la rebatiña por el control del nuevo gobierno. El Caso de los Catorce fue más que una operación policiaca: fue parte de la lucha por el poder en el corazón mismo del sistema político.

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El resto (la versión completa) en la revista Nexos