El pasado noviembre apareció un nuevo volumen de Robert Darnton: Poetry and the Police Communication Networks in Eighteenth-Century Paris (Harvard University Press). Peter Brooks acaba de publicar una reseña elogiosa en la NYREV, pero nos quedaremos con la más breve de Emily Parker para The New Republic:
No me siga si ha escuchado esto antes. Un grupo de ciudadanos están descontentos con el gobierno. Nace una red de comunicaciones virales, difundiendo palabras de disidencia por todo el país. Las autoridades reprimen como venganza. Esto puede sonar como la historia de una «revolución» Twitter o Facebook en algún rincón represivo del mundo. De hecho, es un relato de cómo la poesía ilícita se propagaba a través de las calles del París del siglo XVIII.
Admito de entrada que no sé mucho sobre el París del siglo XVIII, a diferencia de Robert Darnton, que parece saber mucho. Es el ser estudiosa de las redes de comunicaciones y de sus implicaciones sociales y políticas lo que me lleva a escribir sobre el libro de Darnton, el cual invita a la reflexión sobre asombrosos parecidos con el presente. En su nuevo estudio, Darnton demuestra que incluso en una sociedad semi-analfabeta la información puede viajar lejos y rápido. Nos desafía a volver a examinar nuestros supuestos acerca de el nuevo, actual y «sin precedentes» universo de la información. Como se señala acertadamente en la introducción del libro, «Las maravillas actuales de la tecnología de la comunicación han producido una falsa conciencia sobre el pasado, incluso la sensación de que la comunicación no tiene historia, o que no había nada que valiera la pena considerar antes de los días de la televisión e internet «.
Poetry and the Police comienza en 1749, cuando los poemas políticamente polémicos arrasaban París. Un teniente de la policía fue enviado a prender al disidente autor de una oda con la línea » Monstre dont la noire furie» o «Monstruo cuya negra furia». El monstruo en cuestión era Luis XV, y referirse a él en esos términos era un acto de lesa majestad. (Un poco menos de dos siglos después, Osip Mandelstam escribió un poema igualmente irreverente -y personalmente catastrófico- comparando los bigotes de Stalin a las antenas de una cucaracha). Dar con el origen del poema no era un asunto sencillo. El poema se había cruzado con varios otros, y cada uno tomó su propio camino. Los versos fueron copiados en pedazos de papel, dictados, memorizados o cantados con la melodía de canciones populares.
La policía desplegó una legión de espías para llegar al fondo de la cuestión. Se interrogó a un estudiante de medicina que había recitado el poema, y que identificó a la persona que le dio el poema. En última instancia, eso llevó a distintos arrestos, llenando las celdas de la Bastilla con catorce personas acusadas de participar en recitales de poesía no autorizados. (Al incidente se lo conoce, pues, como «El asunto de los Catorce»). El poema fue difundido al parecer por un grupo relativamente joven de estudiantes, empleados y sacerdotes. El autor original nunca fue encontrado.
Los poemas reflejan una amplia gama de agravios. El invierno de 1748-1749 no fue una época feliz. Los franceses se estaban recuperando de la conclusión desafortunada de la Guerra de Sucesión de Austria de 1748, y de los altos impuestos que Luis impuso para financiar la guerra. La guerra había terminado con una victoria francesa, pero Luis «perdió la paz», al aceptar un tratado que, entre otras cosas, expulsó al muy amado Príncipe Eduardo del país. El Príncipe Eduardo, más conocido como Charles Edward Stuart o «Bonnie Prince Charlie», era nieto del depuesto rey Jaime II, último monarca católico de Inglaterra. Tras su intento fallido de reclamar el trono británico en 1745, Stuart huyó a Francia, donde Luis le permitió exiliarse.
Muchos franceses veían al Príncipe Eduardo como un héroe y un rey sin corona, y vieron su expulsión por Luis como un fracaso en defender el honor nacional francés. Los poemas expresan el sentir de que el pueblo francés, en tiempos tan orgulloso, había caído en desgracia: Darnton enfatiza la frase «Peuple jadis si fier, aujourd’hui si servile», «pueblo en tiempos tan orgulloso, hoy tan servil». Los versos eran simples y fáciles para ajustarlos a distintas melodías, con lo que la música se convirtió en un mecanismo privilegiado de transmisión. «A medida que las canciones daban vueltas», dice Darnton, «los parisinos modificaban los viejos versos y añadían otros nuevos. La improvisación de este tipo proporcionaba entretenimiento popular en tabernas y a lo largo de bulevares y muelles, donde la multitud se apiñaba en torno a cantantes que tocaban el violín y el organillo».
Este libro se puede leer de dos maneras. Los historiadores probablemente disfrutarán con los detalles y los diagramas proporcionados por Darnton, que se quita el sombrero ante el impresionante registro de la policía francesa. Sin embargo, otros estarán más interesados en las grandes preguntas acerca de cómo las redes de comunicación expanden las ideas y la información [un inciso: ¿acaso eso no nos interesa a los historiadores? ¿acaso nos hemos vuelto positivistas, en el peor sentido de lapalabra?] En tanto internet continúa planteando retos a los regímenes autoritarios de todo el mundo, y oportunidades a los disidentes, la bulliciosa y erudita monografía histórica de Darnton ofrece información valiosa para nuestro propio tiempo.
La primera lección es que no necesitamos una tecnología más avanzada para difundir la palabra. Las cosas fueron «virales» incluso antes de Internet, y en cantidades suficientemente grandes como para poder nervioso al poder. En el mundo que describe Darnton, incluso los boletines holandeses en francés se vieron limitados por la presión del gobierno francés. Sin embargo, los poemas servían como una especie de «periódico cantado» y «todo París estaba lleno de noticias sobre asuntos públicos». Esto tiene un obvio paralelismo con la China actual, donde las noticias, chistes e ideas explotan en línea a pesar de los enormesesfuerzos de las autoridades para controlar el flujo de información. Puede ser difícil rastrear los caminos precisos o los orígenes de las ideas que brotan en los Twitter de China. De hecho, los viejos disidentes franceses pueden tener ventaja. Parece más difícil de rastrear una canción que un tweet, porque éstos pueden dejar un rastro en línea que los gobiernos, cada vez más conocedores de la tecnología, están dispuestos a seguir. ¿Cómo seguir una canción?
Por supuesto, unos versos indecentes revoloteando sobre París no amenazaban seriamente el poder del Estado. Entonces, ¿por qué la policía reaccionó con tanta fuerza? Como observa Darnton, «La policía arrestaba a menudo a parisinos que insultaban abiertamente al rey. Pero en este caso hicieron una redada por todos los colegios y los cafés de París, y cuando cogían modestos abades y empleados de la ley los aplastaban con toda la fuerza de la autoridad del rey. ¿Por qué?» Los poemas pueden haber sido hirientes, pero» ninguno de los Catorce mostró síntomas de una mentalidad revolucionaria». Entonces, ¿dónde estaba la amenaza?
Lo que los poemas hacían era obligar a las autoridades francesas a lidiar con un fenómeno de rápido crecimiento y bastante desconocido: la opinión pública. El teniente general de la policía elevaba informes periódicos al rey sobre los poemas y las canciones críticos. En Versalles, ministros hambrientos de oder apuntaban a los versos satíricos para demostrar que el rey era despreciado por el pueblo. Sintiendo que nadie lo querría, Luis casi dejó de viajar a París. Y en un aparente intento de recuperar al público, el gobierno canceló algunos impuestos menores. Los poemas, pues, eran una expresión de otro tipo de poder político: lo que Darnton llama «la indefinida pero innegable e influyente autoridad conocida como la `voz pública´».
Hoy en día, nuevas redes de comunicación crean una «voz pública», incluso en los Estados menos democráticos. Los bloggers, tweeters y Texters forman comunidades y dan a conocer sus quejas. A veces los gobiernos responden positivamente, y a veces toman medidas drásticas. Otras veces no sucede nada en absoluto. Pero, como en el París del siglo XVIII, el mero acto de transmitir y recibir información tiene su propia fuerza, tiene su propio valor. Se acumula lo que Darnton describe como «una conciencia común de participación en los asuntos públicos.»
Una conciencia común no puede ser suficiente para provocar una revolución, pero es difícil imaginar una revolución sin ella. Darnton deja muy claro que Francia no estaba preparada en 1749 para la agitación radical. Pero nos deja que nos preguntemos si los poemas, de alguna manera, sentaron las bases para la toma de la Bastilla cuarenta años más tarde.
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Como curiosidad, la página de Harvard University Press incluye un conjunto de canciones con esos poemas corrosivos.
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