¿Qué le debe Europa al islam?

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Desconozco si es un signo de los tiempos o si la obra está bien fundamentada, pero el volumen que acaba de publicar el profesor Sylvain Gouguenheim en Seuil contiene una tesis muy original (Aristote au Mont-Saint-Michel : Les racines grecques de l’Europe chrétienne). Añadamos que Gouguenheim, con otro volumen recién aparecido (Les Chevaliers teutoniques, Tallandier, 2008), es profesor de historia medieval a l’Ecole normale supérieure de Lyon y que ya mostró parecida originalidad en su libro Les fausses terreurs de l’an mil,  publicado poco antes de la entrada del milenio que nos acoge (Picard, 1999).  No fue el único, por supuesto (Claude Carozzi, Visiones apocalípticas en la Edad Media, Siglo XXI, 2000 -Aubier, 1999). Pero volvamos a esas raíces griegas de la Europa cristiana.

Veamos. Damos por admitido que los antiguos saberes griegos desaparecieron de nuestra Europa conforme se fue desmorodando el Imperio Romano y que, por fortuna, ese conocimiento quedó atesorado en diversos centros musulmanes, donde fue traducido al árabe. Desde Damasco o  Bagdad, entre otros lugares, esa herencia fue difundida y transmitida finalmente a Occidente, de forma que buena parte de su Renacimiento no se explicaría sin aquella mediación.

Pues bien, Gouguenheim defiende al parecer todo lo contrario o, al menos, lo llena de matices, según leemos en Le Monde. Defiende que aunque los consideremos tenues y ocasionales, los vínculos con Bizancio no se rompieron nunca: los manuscritos griegos circulaban, y había hombres en condiciones de leerlos. Durante las pretendidas «edades oscuras»  nunca faltaron lectores de griego,   en particular  en Sicilia y Roma. Se olvida, además, que del 685 al 752 hubo una sucesión de Papas… de origen griego y sirio. Se ignora, en fin,  que entre el 758 y el 763 Pipino el Breve hizo que  el pontífice Pablo I le enviara textos griegos, en particular la Retórica de Aristóteles.

Por otra parte, ese interés mediaval por las fuentes griegas estaba enraizado en la propia  cultura cristiana. Los Evangelios se redactaron en griego, como las epístolas de San Pablo. Muchos Padres de la Iglesia, formados en filosofía, citan a Platón y  a otros autores paganos, manteniéndolos vivos. Europa, pues, se mantuvo consciente de su filiación griega  y se mostró siempre deseosa de retomar esos textos. Lo que explica, desde los Carolingios hasta el siglo XIII, la sucesión de  «renacimientos» vinculados a descubrimientos parciales.

¿Fue acogida plenamente la cultura griega  por el islam?  Gouguenheim destaca los fuertes límites que la realidad histórica impone a esta convicción que pasa por ser canónica. No fueron los musulmanes quienes vertieron la parte sustancial   de los textos griegos al árabe. Se  olvida   que incluso los grandes admiradores del saber griego, como   Al-Fârâbî, Avicena o Averroes,  no leyeron los textos originales, sino solamente las traducciones al árabe hechas por los arameos… cristianos.  Entre estos cristianos sirios, que dominaban el griego y el árabe, Hunayn ibn Ishaq (809-873), llamado el «príncipe de los traductores», forjó la parte fundamental del vocabulario médico y científico árabe vertiendo más de doscientas obras -en particular, de Galeno, Hipócrates y Platón.   Por supuesto, su lengua era el árabe, pero no era musulmán, como por otra parte tampoco lo eran los primeros traductores del griego al árabe. Ocurre que confundimos demasiado a menudo «árabe» y «musulmán», una visión deformada de la historia que  nos hace borrar el papel decisivo de los árabes cristianos en el paso de las obras de la antigüedad griega primero al sirio y luego a la lengua coránica.

Una vez efectuada esta traducción – difícil, ya que griego y árabe son lenguas   muy diferentes -, es erróneo  creer que la recepción de  los griegos fuera unánime, entusiasta, capaz de trastornar la cultura y la sociedad islámicas.  Gouguenheim muestra cómo la recepción del pensamiento griego fue selectiva, limitada, sin gran impacto  sobre las realidades del islam, que siguieron sin disociar lo religioso, lo jurídico y lo político. Incluso disponiendo de de las obras filosóficas griegas, aunque se forjara el término  «falsafa» para designar una forma de espíritu filosófico similar, el islam  no se helenizó. La razón nunca sustituyó a la revelación, ni la política quedó disociada de esta última, ni la investigación científica se hizo radicalmente independiente.

En lugar de  creer que todo el conocimiento filosófico europeo es dependiente de los intermediarios árabes,  deberíamos recuperar el papel capital de los traductores de Mont-Saint-Michel. Tradujeron casi toda la obra de Aristóteles directamente del griego al latín, y ello sucedió varias décadas antes de que en Toledo se vertieran esas mismas obras partiendo de su versión árabe. En vez de asumir que el mundo islámico de la Edad Media, abierto y generoso, ofreció a una Europa lánguida los medios de su expansión, sería necesario entender que Occidente no recibió estos conocimientos como un regalo. Fue a buscarlos, porque completaban los textos que ya tenía. E hizo el uso científico y político que  conocemos. En resumen, contrariamente a lo que se repite desde los años sesenta, la cultura europea, en su historia y su desarrollo, no debería mucho al islam. En cualquier caso,  no una parte fundamental.

Discutido resumen,  desde luego.

4 Respuestas a “¿Qué le debe Europa al islam?

  1. discutido, pero muy interesante resumen. Esimulante, diría yo. Gracias por la reseña, porque no tenía ni idea de que se había publicado esta obra.

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  3. En todo caso creo que se complementaron unos y otros, traductores árabes y monjes cristianos, incluso es más que probable que intercambiaran ciertos conocimientos ya que eran apasionados de la cultura clásica todos ellos o querían dar una imagen cada uno adaptada a su religión. En cualquier caso,les debemos mucho tanto a unos como a otros.

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