Giulio Einaudi: autobiografía de Italia

Este es más o menos el título con el que la revista Panorama describe la labor de Giulio Einaudi en el centenario de su nacimiento (1912-1999).  No ha sido solo esta publicación del grupo Mondadori (sí, de Berlusconi) la que ha rendido tributo a este figura capital del paisaje cultural italiano. Lo han hecho prácticamente todos, como La Stampa o el grupo de La Reppublica. Algo parecido se puede decir de la ciudad de Turín, que le dedica una exposición titulada «Giulio Einaudi e il suo mondo».

Lo correcto sería recomendar otras reseñas más interesantes, pero nos quedaremos con la nota de Panorama, aunque solo sea por tratarse del antiguo «enemigo», ese adversario que desde mediados de los noventa controla también la misma Einaudi. Dice así:

El centenario de Giulio Einaudi, fundador de la editorial del mismo nombre, ciertamente no escapa a la retórica. Siempre es así. Riccardo Chiaberge, en el Fatto quotidiano, ha sido la excepción. Ha demolido el mito. Escribió que no es el «Fitzcarraldo del libro» (la famosa definición de Einaudi, acuñada en su momento por Gian Arturo Ferrari), sino «un déspota caprichoso, algo cazurro».

Einaudi no es solo un editor, pues, es también el custodio de ese «Club de la Italia civil» que en noviembre de 1994 (como escribió Corrado Stajano en el Corriere della Sera  el pasado 2 de enero, en la fecha exacta del centenario) había mostrado gran envidia por los dos únicos que se habían marchado:  «Uno dijo que prefería escribir en las paredes antes que publicar libros en el Einaudi de Berlusconi. El otro hizo una declaración noble y severa. Su padre fue uno de los fundadores de la editorial más inteligente».

Lo de Berlusconi es siempre así. Los dos que se fueron dejando solo a Giulio Einaudi fueron Stajano, autor del citado artículo del Corriere, y Carlo Ginzburg, hijo de Leone. Se temía algún tipo de llamada al orden con la llegada del nuevo patrón. Temían la censura, pero aparte del caso de José Saramago [añadamos  nosotrros que el caso de Saramago no es único, aunque sí el más llamativo], de quien se rechazó un libro cuyos problemas no eran solo la libertad de pensamiento, la única etapa de censura que se recuerda históricamente es aquella de la vigilancia ideológica. Es lo que llevó a Elio Vittorini a rechazar El gatopardo de Tomasi di Lampedusa, por ejemplo, o, peor aún, la decisión tomada por Giulio Einaudi de no publicar nada de Friedrich Nietzsche . Y ciertamente no, como dijo Roberto Cerati, histórico director comercial del sello, en esta ocasión festiva, «porque costaba demasiado». Teniendo en cuenta la idea de gestión de Einaudi, costar mucho es una mentirijilla.

Ese catálogo, una larga lista de libros perfectos mezclados con volúmenes de aburrida ideología, es sin duda uno de los pocos monumentos nacionales de industriosidad. Si en Italia no hubiera habido el partido comunista más fuerte de Occidente, tal vez no habría habido una difusión del libro tan amplia. Los stands de Einaudi en las Feste dell’Unità, de hecho, estaban junto a los puestos de bocadillos y era normal tocar con las manos aceitosas los preciosos volúmenes de la colección Millenni diseñada por Cesare Pavese, tal vez uno de la Recherche de Marcel Proust, de los cuales Giulio Einaudi empezó a elaborar un proyecto de traducción ya en los años cuarenta (y aquí ya se revela su talento innegable sobre lo que es nuevo y vanguardista).

Siendo un piamontés de los duros, Einaudi fue un patrón. Despreciativo tal vez, ciertamente alejado de los detalles administrativos, ya en 1945 Giulio se gana las burlas de un Pavese divertido con la imprudente gestión económica de la editorial. Hablaba, de hecho, «de la montaña rusa que conduce nuestro patrón». Lo de costar mucho viene ahora al caso.

Experto en la insolvencia frente a los autores, tenía encanto y fue, de hecho, «Divo Giulio», «El Príncipe» y «El Rey Sol» del mundo editorial italiano.

Por supuesto, la retórica de las últimas semanas queda justifica por la mitología. El primer consejo, a principios de los años cuarenta, estaba formado por Giaime Pintor, Leone Ginzburg, Pavese, Carlo Muscetta. Y el consejo editorial, reunido los miércoles,  con Felice Balbo, Massimo Mila, Franco Venturi, Norberto Bobbio, Elio Vittorini, Italo Calvino, es celebrado con un aura mística. Y quizá tenga razón Pablo Repetti (director con Severino Caesari de Einaudi Stile) al dejar escapar alegremente: «Pero también se hablaba de los vivos».

Los vivos hoy hacen muy bien su trabajo y, si ya no cuentan (son palabras de Pavese y Muscetta) con «el despotismo turco de Giulio», sus «caprichos de Papa» y los «triunfos de Giulio», sin duda no pueden sino lamentar un genio tan excéntrico, como cuando recibió en ropa interior al Gabibbo, enviado por Antonio Ricci, compañero y amigo.

El catálogo de Einaudi, recordado en particular por las colecciones de «Saggi», «Struzzi», «Reprint» y la «Biblioteca scientifica», es una piedra angular del régimen cultural, cuyos interlocutores eran los mejores del mercado. El grafismo, por último, encabezado por Albe Steiner, Bruno Munari, Max Huber, con la dirección técnica de Oreste Molina y las intervenciones del mismo Giulio Einaudi y Giulio Bollati (suyo fue el diseño para el Parnaso italiano dirigido por Muscetta, por ejemplo ), es inolvidable. El logotipo de la edición de bolsillo de Einaudi no es el clásico de avestruz con la cartela del arzobispo Paolo Giovio, del Quinientos, sino un avestruz diseñado y donado por Pablo Picasso a Giulio Einaudi en 1951.

Para el rápido crecimiento editorial de 1955 a 1957 cuanta con un banquero, Raffaele Mattioli, tío de Mario Monti, personaje digno de ser novelado, pues su vida era un enigma. De hecho, se citaba en secreto tanto con Benito Mussolini como con Togliatti, salvó los Cuadernos de la cárcel Antonio Gramsci, recibió en las oficinas de la Comit (Banca Commerciale Italiana) a jóvenes como Giovanni Malagodi, Ugo La Malfa, Guido Carli, Enrico Cuccia, con los que meterá mano en IRI (Istituto per la ricostruzione industriale) y Mediobanca, y fue mecenas de Carlo Emilio Gadda, amigo de Benedetto Croce, gran defensor de Enrico Mattei. Mattioli, tras reavivar en 1929 la revista La cultura (que confiará después a Giulio Einaudi), en 1938 compró la editorial Riccardo Ricciardi. En 1951, junto con Pietro Pancrazi y Alfredo Schiaffini, fundó la Letteratura italiana Ricciardi. Storia e testi, dal Due al Novecento, impresa por el maestro impresor Hans Mardersteig. Cerca de 100 volúmenes, sobrios y elegantes, la Lir fue más tarde adquirida por Einaudi antes de pasar en 2003 a manos de la Enciclopedia italiana.

La existencia de la marca de Einaudi está estrechamente relacionada con la idea del trabajo cultural en Italia. Los libros de este catálogo han dado sustancia e identidad a los intelectuales. Cuando Einaudi en 1957 cedió sus colecciones científicas y su «collana viola» (que incluía a Sigmund Freud y Carl Gustav Jung ) a Paolo Boringhieri, no hay solo una elección administrativa sino que, al principio de los años 60, se celebra una renuncia: a la tendencia  tecnicocientífica que Franco Fortini quería darle a la colección «Piccola biblioteca Einaudi». Se procede a la desacralización de la ciencia y, por el contrario, a la exaltación del sociologismo y a un enfoque impresionista a la vida.

Bollati Boringhieri fue refundada por Giulio Bollati (valioso colaborador de Einaudi en los cicncuenta) en 1987, con la ayuda financiera de su hermana Romilda. Romilda es la «Pierina» de algunas cartas desesperadas escritas por Pavese, previas a su suicidio. Romilda hereda de su primer marido, Attilio Turatti, el Punt e Mes y otras compañías, y luego se casa con Toni Bisaglia, ministro democristiano, quien sería presidente y mecenas de la Bollati Boringhieri.  La idea es «ofrecer libros y autores de alta calidad a la clase dominante destinada a gobernar la fase avanzada de la revolución industrial». No hay movimiento en el tablero de ajedrez editorial que no tenga en cuenta al rey Einaudi. Roberto Calasso funda su Adelphi en «clara oposición a Einaudi, y en particular a un determinado eje Lukács-Gramsci» [en realidad, Calasso se refiere al que formarían De Sanctis-Gramsci-Lukàcs-Brecht].

La editorial de Giulio Einaudi fue una operación cultural extraordinaria, casi única, y aunque transformada permanece como el refugio o la guarida de «buena parte de la cultura». Todo el mundo quiere publicar para Einaudi y sus colecciones resisten.  Por ejemplo, la blanca, de poesía, es la colección más prestigiosa de la poesía de Italia; la de teatro, por su parte, es la única que existe en el mercado. Esto es lo que era y lo sigue siendo la editorial Einaudi: la autobiografía intelectual de una nación (asaz contradictoria). La Italia habitual, la de siempre.

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Por supuesto, eso no es todo. Los dimes, diretes y polémicas sobre el legado material e inmaterial de Einaudi no han cesado desde hace años, aunque emergen en los momentos conmemorativos, como el de ahora o como en 2009, cuando se cumplían diez años de su desaparición.